Vivimos una época de ascensos y descensos, de éxitos y desilusiones con la disputa de las fases de ascenso.
Este año con la novedad de las eliminatorias para alcanzar la Primera División no esperaba que fuera a disfrutar tanto, y más después de los insípidos partidos de ida.
Viendo ayer el Granada-Celta se me pasaron muchísimas cosas por la cabeza. He visitado el Nuevo Los Cármenes en partidos de tercera división donde el rojo que más resaltaba era el gastado de los asientos vacíos, y en fases de ascenso en las que el ambiente era casi idéntico al de ayer.
La verdad es que mi última visita al coliseo granadinista me dejo el amargo sabor de la derrota, de la impotencia y del dolor que relataba al principio. Mi equipo, la Real Balompédica Linense, quedaba apeado de la fase de ascenso a Segunda B en el partido de vuelta tras el 1-0 a favor de la ida.
El encuentro en Granada no lo olvidaré nunca y me recordó mucho al de ayer: Partido con una pena máxima, en el que dos jugadores de los visitantes eran expulsados (entonces durante los noventa minutos), en un choque que se decidió en la tanda de penaltis y también con un disparo desde el centro del campo en los últimos minutos de la prórroga.
Pero lo que vi y sentí anoche, sobre todo al leer a tantísimos granadinos eufóricos, me recordó especialmente un Granada-Motril de la Semana Santa de 2005. El Granada con un buen equipo para subir de categoría peleaba con el estadio prácticamente vacío. El regreso a la categoría de bronce, además, tardó un año más.
Cuento todo esto porque la mayoría de los apenas mil espectadores que había aquel día en Los Cármenes, seguramente ayer eran más felices que los que entonces ni siquiera se preocupaban por mirar el domingo por la noche el resultado.
Es tremendo disfrutar de las victorias. Es una sensación inimaginable disfrutar de algo como lo que está consiguiendo este año el equipo nazarí. Pero más indescriptible es llorar de alegría después de haber derramado muchísimas más lágrimas de derrota.
Al Granada aún le queda un último y dificilísimo esfuerzo contra el Elche para ascender de categoría pero lo logrado ayer ya es un éxito más que suficiente para sentirse orgulloso del equipo.
Y por eso, he querido aprovechar estas líneas para acordarme de esos mil incondicionales que estuvieron sobre todo en las duras. Que sufrieron el descenso administrativo, que vivieron desprecio municipal cuando se favorecía más al equipo de baloncesto y que lucharon contra el poder empresarial de engendros del nivel del Granada 74 y el Granada Atlético que casi llevan al club a la desaparición.
Ellos son los artífices de que 16.000 personas ayer pudieran vivir lo que vivieron, y son los que ayer, antes de gritar y reír de euforia, soltaron unas lágrimas de alegría. Recordando que los años de penurias y decepciones quedaron atrás. FELICIDADES.